Paso Stelvio (fastidioso fraile) 02/jul./21
Sentado en aquel viejo sillón verde y mullido, piensa. Arriba, en su piso, la gente de la limpieza hace las camas y reponen, supone, el pequeño botecito de crema de dientes, un gorro inútil de plástico para la ducha y en tal caso el papel de wáter.
Su cabeza, como a veces te pasa a ti, transita desesperada de unos temas a otros, de unas a otras preocupaciones. En el cerebro se aposenta todo: lo previsible, los miedos, los sentimientos contradictorios, los deseos inconfesables, el dolor de aquella cicatriz de tu última guerra, las inquietudes, los recuerdos. Los animales no tienen recuerdos y si los tienen no poseen la capacidad para dirigirse a ellos a voluntad. También en eso son superiores a los humanos. Porque nosotros, piensa Boris, tenemos que claudicar ante lo que fuimos o ante lo que hicimos. Ese dolor persiste siempre. O la aflicción porque se acabó aquel tiempo emocionante, o la pesadumbre de que