Ah, la fulgurante grandeza de los hombres sencillos. Era previsible: tiembla La Palma, los especialistas anuncian la alta probabilidad de una erupción volcánica y aparecen corriendo el ejército de pelotas cogiéndose las nalgas con ambas manos: «Oh, pobre Ángel Víctor Torres, incendios, Thomas Cook, la pandemia y la crisis económica y ahora la lava, la ceniza y el fuego de volcán, cómo puede con todo». En las fotos de los últimos días veo a un presidente relajado, aun de morenazo veraniego, y que ha echado una discreta tripita. No parece precisamente un alma en pena. Pero Torres cultiva, deja cultivar esa mitología. La de un hombre normal y corriente, como usted o como yo, un canario tan prototípico que si lo fuera en realidad produciría pánico, porque cuanto menos prototípico sea un presidente canario, será menos terrible y calamitoso– los tal vez mejores presidentes canarios, vistos desde la suficiente perspectiva temporal, Jerónimo Saavedra y Adán Martín, eran productos muy isleños pero extremadamente atípicos.