JUSTIN PUMFREY VIA GETTY IMAGES
Cuando era pequeña, tendía a quemarme con el sol durante las vacaciones de verano. Entraba al mar para jugar con mis primos y salía con la piel roja y, a veces, con ampollas. Aunque solo me pasaba una vez al año, mi madre me recordaba que cada quemadura solar me volvía cierto porcentaje más proclive a desarrollar cáncer de piel en el futuro.
Mi madre no era dermatóloga, pero tendría que haber escuchado sus advertencias y ponerme protección solar. Conforme crecía, pensaba más en las estadísticas y me volvía más melodramática. Todo el mundo se quema de vez en cuando. No puede ser algo tan malo, ¿no?