Comentar Las almibaradas crónicas de aquel gran día subrayan que «la novia no lloró, pero estuvo a punto de hacerlo» mientras daba el sí quiero a Carlos de Inglaterra. Lo que nadie podía saber entonces es que Diana Spencer debía de tener el lagrimal seco de la llantina que se había pegado la noche anterior, una de las peores de su vida, que pasó prácticamente sola en los apartamentos de Clarence House en los que la habían confinado hasta el momento de convertirse en princesa de Gales. Se lo confesaría con los años a una de sus amigas.