Urnas electorales y urnas funerarias
Por Marcia Collazo.
En una mala película del oeste, que por casualidad vi el otro día, un vaquero cae en manos de un grupo de forajidos, que lo obligan primero a adentrarse en una mina abandonada para recuperar un tesoro, y luego a cavar su propia tumba, mientras le apuntan con sus revólveres. Si trasladamos la escena a nuestro país, el vaquero vendría a ser el vagabundo, el hombre suelto, el vago del siglo XIX, o el peón o la peona de estancia, la lavandera, la sirvienta o el empleado municipal del siglo XX. Los forajidos vendrían a ser los estancieros de cinto forrado o, más genéricamente, los políticos de derecha, puntualmente ataviados con sus colores partidarios, que hacen un efecto sin igual y provocan suspiros, saltos del corazón, emociones y lágrimas a granel. ¿Y la fosa que el pobre infeliz está cavando? La fosa vendría a ser, básicamente, su destino, pero también la urna de votación, la inefable y todopoderosa urna po