«Era simpático aquel señor Castro. Me cayó bien desde el primer momento. A pesar de haberse dedicado siempre a la naranja, era hombre de algunas lecturas. No hay que decir que a Blasco Ibáñez se le conocía de arriba abajo. Según me contó, años atrás había subvencionado a un grupo de jóvenes poetas de Valencia para que fundasen una de aquellas revistas literarias de vida efímera. Allá en su pueblo decían que estaba loco. Pero no era nada de eso. Era, sencillamente que le gustaba el arte».
La naranja cinematográfica