Actualizado a 03/07/2021 07:16
Carles Boix atendía la taquilla y repetía una y otra vez la misma cifra mientras los clientes, en larga fila, compraban la entrada. Con ella todos tenían derecho a darse un baño y a asistir a una doble sesión de cine. Ambas atracciones eran posibles en el mismo lugar, pues en la piscina municipal de Alzira del año 1965 había también una amplia zona con un gran muro pintado de blanco en el que se proyectaban películas todas las noches durante el verano. Carles solía acudir por la mañana a primera hora para preparar el bar ubicado al fondo del recinto, que tendría la mayor demanda durante la noche. Su jefe, Miquel Sifre, le exigía que nada faltara, zarzaparrilla, limonada, coñac, vermut, cazalla, ni menos aún tomate o pimiento “en samorra” pues era muy demandado junto a las aceitunas, las papas, cacahuetes y altramuces por los bañistas. Miquel acudía un poco más tarde, pero era el alma del lugar, hombre delgado y fibroso, empresari