Hace medio siglo exactamente, en 1971, el genio polaco Stanislaw Lem, nacido en el semillero de genios literarios de la ciudad austrohúngara de Lwów, ya nos avisó en su novela El congreso de futurología de que los niveles de irrealidad en el mundo estaban aumentando mucho. Atribuía ese crecimiento exagerado a causas químicas (psicoquímicas), económicas y políticas, conque figúrense si a ellas añadimos ahora las tecnológicas, el más poderoso generador de irrealidad jamás conocido.