En las entrañas del Ariake Gymnastics de Tokio, el martes, recién acabada la competición en la que se quebró, Simone Biles se dirigía a la zona mixta para detallar sus angustias, un paso valiente, cuando fue detenida por dos mujeres y un hombre. Durante unos minutos, las tres personas, vestidas con el uniforme olímpico de Estados Unidos, se dirigieron a Biles y a sus compañeras de selección, pero en todo momento ella hizo como si no escuchara. Girada a un lado, ni asentía ni negaba; ignoraba. Un desplante en toda regla. ¿Quiénes son? , tocaba preguntar a los periodistas