Es curioso. Los libros con que se enseñaba la historia hace cincuenta años en España recogían que la labor evangelizante de Castilla en América se amparaba en una suerte de causa divina. Dios quería que los barcos arribaran al otro lado del océano, y que las expediciones se adentraran para conocer y apresar nuevas tierras repletas de riquezas. Hoy sabemos que la tecnología militar o la estrategia en el campo de batalla no fueron las ventajas más determinantes en ese transitar. Sin saberlo los europeos tenían entre sus filas a un enemigo temible y muy contagioso.