Italia y
España se encuentran, probablemente, en el momento en que más se parecen, sea por su génesis, por el perfil de sus convocatorias o por lo que pretenden en el campo. Más que en Viena (2008), Kiev (2012) o París (2016), con suerte dispar. Estaban más cerca, en realidad, en el Mundial de Estados Unidos (1994), cuando
Javier Clemente llevó hasta cuartos a una España compacta pero menos afilada y
Arrigo Sacchi no alcanzó a reproducir la gran obra milanista que empezaba en Baresi. Ahora es distinto. España e Italia quieren vivir en campo del rival y buscan las transiciones rápidas. Se trata, además, de dos selecciones levantadas de las cenizas de dos campeonas del mundo, en 2006 y 2010, y menos dependientes de los equipos heráldicos de su fútbol,