En sus recorridos, Laverde se deleitó al ver cómo bajaban orugas verdes y negras por hilos invisibles desde lo más alto de los árboles, al igual que con las larvas que proliferaban sobre los troncos de los sangregados, un árbol nativo de Colombia que habita en los bosques andinos por encima de los 1.500 metros sobre el nivel del mar.
Todo cambió a finales de mayo. Como si el aire estuviera cargado de un tóxico mortal, muchas polillas aparecieron sin vida por el Park Way y los revoloteos se tornaron cada vez más escasos. La poeta no comprendía la razón del abandono repentino de los insectos que la maravillaron en sus caminatas.