Para bien o para mal,
Shyamalan está de vuelta. Como el mago que se resiste a revelar su truco, el director de origen indio sigue siendo uno de los cineastas más personales que ha dado Hollywood en las últimas dos décadas. El estreno de
Tiempo, su decimocuarta película, vuelve a poner de manifiesto el signo de los tiempos: o se le ama o se le odia, una polarización que no ayuda a entender qué se esconde detrás de sus giros de guión, responsables de más de un esguince mental, y su deseo nunca consumado de convertirse en la simbiosis perfecta entre Hitchcock y Spielberg.