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Cuando cayó Somoza en 1979, una de las fotos que dio vuelta al mundo fue la de unos guerrilleros enjabonándose en la pileta de mármol donde él se bañaba. Y en las oficinas presidenciales lo que quedaba era un reguero de papeles y uniformes militares, y en una esquina en el suelo un retrato del dictador sonriente, perforado de un balazo.
Una guerra de liberación tras un terremoto que había destruido la capital siete años antes, y la Plaza de la Revolución, donde se celebró el triunfo, se abría entre escombros, solares y esqueletos de edificios. Frente a la plaza, el reloj de una de las torres de la catedral en ruinas aún marcaba la hora del sismo, las 12:35 de la madrugada del 23 de diciembre de 1972.