Amediados de agosto pareció que el cambio de Gobierno de Pedro Sánchez en julio ya había fracasado. El Gobierno –sin vicepresidenta política y Sánchez en Canarias– parecía un barco a la deriva ante las serpientes del verano: ampliación del aeropuerto de Barcelona, subida continua del precio de la luz y retorno a Marruecos de los menores de edad a los que la policía marroquí permitió –o incitó– a entrar en Ceuta en mayo, en lo peor de la crisis entre los dos países.