Al caminar durante horas por las calles que rodean el centro de una de las mayores ciudades de América Latina, entre el tráfico, el voceo de quien compra fierro viejo y las campanillas de los camiones de basura, es difícil imaginar que hace cinco siglos estos eran los límites de una isla en medio de un lago, con canales y calzadas que la unían a tierra firme y donde se desarrolló una de las grandes civilizaciones del continente