como las que salían sonrientes y glamurosas en televisión.
En su palafito, en la ribera del río San Juan, solo había un radio con el palito rojo del dial sembrado en la emisora Brisas del San Juan,
que emitía la música que a ella le gustaba: chirimías, currulaos, tamboritos y salsa.
Ese radio era la trinchera de lamentos de la vecindad. Lloriqueos de madres y plañideras ante los cuerpos sin vida de sus muchachos que caían por las balas de los paramilitares o de la guerrilla.
Gemidos de impotencia y de rabia que a la madrugada disipaban el hambre y el tedio.