Publicado el 12/07/2021
Bruna Costacurta, amiga de mis tiempos universitarios, se despidió recientemente de la cátedra de Antiguo Testamento en la universidad Gregoriana de Roma mediante una clase, realmente “magistral”, con lleno total y
standing ovation, durante la cual relató sus primeros pasos en esas aulas, enfatizando dos aspectos: su condición de “leprosa” ante sus compañeros (instruidos, por supuesto, por sus superiores religiosos) y el trato “neutro” de los docentes que no la penalizaron por ser la única mujer del curso, pero tampoco le concedieron privilegios.
Su mensaje apuntaba a que la inclusión es necesaria y justa, si cumple con dos reglas de oro: no discrimina, ni otorga privilegios. Es un hecho común que, para reparar una injusticia, se busque una compensación que genera otra injusticia; como cuando se favorece a una persona “solo” porque es mujer, porque es pobre, porque es indígena. Actuando así se les hace un flaco favor a esas categorías sociales, a la larga.