Política de arte y ensayo
A finales de los sesenta, cuando España olía a transición, y los jóvenes necesitábamos barnizar nuestros
hobbies y diversiones con un matiz cultureta y liberador, la villa de Madrid se llenó de cines de arte y ensayo, cuya promoción nos hizo creer que allí se podían ver películas no censuradas o requintados milagros de la filmografía europea y americana que no habían cruzado los Pirineos. Las salas se llenaron de estudiantes barbudos, progres profesionales, chicas liberadas, sindicalistas y curas secularizados. Y el negocio duró casi un decenio, en medio de un olor a Che Guevara que nadie se atrevía a criticar.