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Una tarde de verano de 1988 paseaba por mi ciudad de provincias con un amor recién estrenado cuando, de forma un tanto improvisada, entramos en la estación y compramos un billete para el expreso a Galicia que salía al anochecer. Había viajado a menudo en aquel tren en trayectos breves y diurnos, pero el coche cama me sorprendió gratamente. El vagón restaurante no era el del
Orient Express , aunque nos proporcionó el alimento y las copas necesarias. De cristal. Como consecuencia de estas, hicimos amigos. En cada andén donde el tren se demoraba, mi acompañante bajaba la ventanilla y cantaba a la noche desierta. En Tudela lo escuché interpretar a Gunther en la