Una ibicenca fuera de Ibiza | Un marrón
11·07·21
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01:00
Cuando la semana pasada recibí una carta de la consejería de Sanidad, me emocioné como si hubiera recibido la postal de algún guapo que hubiera conocido tiempo atrás cruzando el Amazonas. Pensaba que, por fin, me citaban para vacunarme. Debía ser ya el único ser humano cuerdo de mi quinta pendiente de vacuna. Que pareciera negacionista, pero no. O sea: no negacionista, lo cual es una redundancia. O una paradoja. O en lógica clásica, una doble negación. Ya saben: «la negación de la negación de una proposición p, equivale a p». ¡Pero yo no soy p! Todo lo que soy es un humilde caso complicado para el sistema. Lo de ser una ibicenca con domicilio fiscal en Mallorca y residencia en Madrid, que hace que se te rifen para solicitar el voto o para recaudar impuestos, pero en otras labores, no saben, no contestan, todos nuestros operadores están ocupados, manténgase en línea o llame más tarde, cuelgan y vuelta a empezar. Pero fue abrir aquella carta con membrete oficial y exclamar: «Mierda». Y créanme que literal, porque la carta era para invitarme a participar en un estudio de heces en un programa de detección de una fea enfermedad. A ver… ¿cómo explicarlo en el contexto? Por un lado, debería tranquilizarme la evidencia de que, a pesar de no existir para las webs de autocita y la app de cita previa, vaya que sí existo en sus sistemas de salud. Ahí estaba mi nombre al completo y en las líneas siguientes, al completo, mi dirección. Por otro lado, cuando una sueña con ser miembro de un jurado o participar en una investigación, lo hace pensando en las películas y esta puñetera realidad empeñada en superar siempre a la ficción. ¿Por qué no me convocan para un estudio de sueño, por ejemplo? Lo bordaría. ¿Por qué no invitarme a probar una crema de esas carísimas, con veneno de serpiente o baba de caracol? Pero no. Para recolectar cagarrutas y guardarlas en un tarrito en el estante de la nevera, entre el yogur griego y el provolone. El último sitio donde las querríamos ver.