Lado B
Mi relación con Moisés Barrios ha consistido en una larga, muy larga, plática sobre la situación del arte en Guatemala. Un diálogo que comenzó a principios de los años noventa, aunque no logro precisar el momento ni las circunstancias. Posiblemente fue luego de la inauguración de alguna muestra de la Galería Imaginaria, en las ruinas del convento de Santa Clara, en La Antigua Guatemala. Yo acababa de regresar de un largo exilio y andaba viendo cómo me integraba a un país que ya no reconocía. En la búsqueda conocí a gente extraordinaria que me ayudó a salir de mi desazón y desconcierto. Que me acompañó en el trance. Con Moisés me recuerdo comiendo pizza en el restaurante de Martedino, legendario en la ciudad colonial. Hablando quizá de Edward Hopper, un pintor que traducía a la perfección mi estado de espíritu de entonces. Me encantaban sus paisajes desolados, sus personajes solitarios y desubicados… Algo de eso encontré en los cuadros que Moi trabajaba en la época, su etapa de Iztapa, del Pacífico guatemalteco.