Hay que empezar, desde ahora, a expresarse, a manifestarse.
“En cien horas, horas de ansiedad continua y de éxtasis, el viejo régimen, que había estado destruyendo a Rusia, fue borrado de la faz de la tierra. Al mismo tiempo, sin embargo, las fuerzas que habían luchado juntas contra el enemigo común… empezaron a dividirse…”. Alejandro F. Kerensy, ministro-presidente del gobierno provisional de Rusia, en “La catástrofe”, 1927 (Cap.1: “Los cuatro días que acabaron con la Monarquía Rusa”). El gobierno
provisional que encabezó Kerensky en julio de 1917 fue derrocado en octubre del mismo año por los bolcheviques y ese hecho histórico ha sido citado para justificar el temor de los conservadores a apoyar movimientos reformistas que defenestran al orden establecido, sin por ello satisfacer a los radicales. Otros historiadores señalan, muy al contrario, que la catástrofe a la que aludió después Kerensky fue realmente provocada por la negativa del Zar y sus seguidores ultraconservadores a reconocerle relevancia real a la primera Duma (parlamento) liberal, tras la Revolución de 1905; a la que disolvió, como lo hizo con sus sucesoras, recurrentemente, en busca de otras Dumas cada vez más sumisas. Eso fue lo que realmente les dio legitimidad y bandera, en la siguiente década, a los socialistas radicales que terminaron adueñándose de la Revolución…