El hombre que asesina a su hijo de dos años para que la madre sienta el dolor más atroz cada minuto del resto de su vida. El que mata a sus dos hijas, de uno y seis años, con el mismo objetivo. Los tres hombres que violan, drogan y torturan a una chica de 19 años en Formentera. Los que golpean hasta la muerte al joven Samuel Luiz, a quien gritan «maricón». El hombre que agrede y pisotea a su pareja en una calle de Eivissa. El que azota a su esposa y a su hijo de diez años con el palo de una escoba en Langreo. El que da una brutal paliza a su pareja en Proaza y la obliga a mantener relaciones sexuales (se entiende mejor si lo llamamos por su nombre: la viola), y como en otras tantas ocasiones similares sale en libertad tan campante porque el juez o jueza de turno así lo decide, pero al mismo tiempo aprueba medidas de protección para la mujer... El acoso implacable al niño o adolescente que no encaja en el molde tradicional de lo masculino. A la niña o adolescente que no encaja en el molde de lo femenino. El odio hasta la violencia más extrema a los homosexuales, lesbianas, transexuales. El menosprecio hacia las mujeres, los sueldos inferiores, las menores oportunidades. Todo esto y mucho más son las múltiples y cotidianas manifestaciones de este machismo social, estructural, que nos impregna, nos asfixia, nos hunde a todos.