17/07/2021 01:00
Europa afronta la transformación digital de sus estructuras económicas con un objetivo claro: contribuir a la sostenibilidad climática del planeta reduciendo sus emisiones de carbono. Estamos ante un objetivo que no solo es económico sino, también, ético. Asume un imperativo ecológico con nosotros mismos, con el resto de la comunidad internacional y, finalmente, con la especie humana debido a la amenaza existencial que proyecta sobre el conjunto de la humanidad el cambio climático acelerado que experimenta nuestro planeta.
Por ello, los fondos Next Generation no solo han de verse desde una perspectiva estrictamente económica y social. Son, sin duda, una fórmula instrumental que busca viabilizar materialmente la economía europea tras el impacto de la crisis provocada por la covid. Pero han de responder, también, a un impulso de resignificación ética del proyecto europeo. Han de sintonizar con la reflexión que, a nivel occidental, plantea teóricamente un capitalismo en busca de un sentido moral tras el fuerte impacto que sufrió en su legitimación debido a la crisis del 2008. El colapso de la estructura especulativa neoliberal y sus consecuencias de injusticia y desigualdad han dejado un agujero ético que el nuevo capitalismo cognitivo basado en plataformas digitales, lejos de reducir ha ensanchado y agravado, tal como Glenn Diesen plantea en