Hablar de patrimonio con ojos ‘foranos’ aguza la percepción en aras de la precisión. Hacerlo de los tesoros propios
sin haber profundizado en su naturaleza es un ejercicio arriesgado. Y creer que tienes oro cuando es doré, un autoengaño que suele acabar como el rosario de la aurora, tan crudo como ese ‘a qué habéis venido aquí, si aquí no hay nada’ que se escucha en algunos pueblos. Sin embargo, a veces se alinean las estrellas, todas ellas; hay cosa, saben de ella allá donde está, la bruñen y escudriñan, se informan y lo cuentan. Eso pasa en La Puebla de Castro.