Lo mejor del verano es que nos quitamos la ropa y al mostrar como somos de manera brutalmente honesta -con flacideces, pelos, cicatrices, varices, adiposidades-, mostramos también la vulnerabilidad de unos cuerpos que ya no pueden enmascararse tras la ropa. Cuerpos que ofrecen su cara menos amable, sudan, se enrojecen, nuestra mente se abotarga, calculamos menos los gestos y aflora nuestro auténtico yo. Me gusta el verano porque es vulgar y chabacano, porque suele ser grosero, porque nos obliga a regresar a la satisfacción de los impulsos como refrescarse, beber y dormitar, que nos permite evocar al feliz cazador-recolector que fuimos. Me gusta el verano porque es la época de la canción del verano, porque… vale, sí, estoy dando la visión de un turista. Para la mayoría de quienes estáis leyendo esta columna, el verano es sinónimo de muchísimo trabajo, pero este pasado domingo estuve en una playa urbana cercana a mi casa -no diré el nombre- y evoqué las de mi infancia: sin
Oscar Martínez: Hay que pasar del federalismo de los discursos al federalismo de los recursos : : El Litoral - Noticias - Santa Fe - Argentina
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