La sensación de lavas ardientes avanzando hacia nuestras conciencias en forma de pesadilla y de experiencia bíblica tiene algo de escatológico, algo de apocalíptico. Es una pesadilla que no es un sueño, es una realidad y ocurre. Tiene lugar muy cerca de aquí. Nada de lo que le pasa al otro es de verdad ajeno y hoy la que sufre no es ni siquiera enteramente otra en el nombre. Muchos europeos, habituales de nuestra Isla, se han sobresaltado pensando: ¿Cómo Palma? ¿Un volcán en Palma? ¿Ríos de fuego abrasando la ciudad que es casi mía, la tierra que me sostiene en primavera y en verano, el ganado que me procura alimento cuando una vez al año por lo menos consigo escapar de las cosas difíciles; cuando olvido el dolor y me calmo? ¿La certeza de mi sosiego arde? ¿Aquel rincón donde yo tengo una casa, un amigo...? ¿Un recuerdo que me acompañará siempre ya no existe?